
En 1910, Thomas Jennings escapó de una escena del crimen dejando una
pista que marcaría su destino: una impresión perfecta de sus huellas
dactilares en la pintura seca de una baranda ubicada en la parte
exterior de la casa donde había cometido el asesinato. Las huellas
dactilares de Jennings fueron las primeras en ser usadas en Estados
Unidos como evidencia de una investigación criminal, y condujeron a su condena por homicidio en 19...